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Publicado el 24 de Agosto de 2006, en www.madresfundadoras.org.ar

Memoria, Verdad y Justicia

Creyeron que nos mataban, pero nos estaban sembrando...

Actos en memoria de la masacre de Fátima

Bullicio en la sede de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas, en Capital Federal. Gente entra y sale, el mate pasea de mano en mano, un compañero del Comité de Solidaridad de Uruguayos en la Argentina y un joven norteamericano comparten el diálogo y el viaje en autobuses que parten, llenos de Madres –éramos bastantes pañuelos-, Hermanos, H.I.J.O.S., montones de compañeras y compañeros, rumbo a Pilar. Es domingo 20 de agosto de 2006, exactamente 30 años después de que la Policía Federal fusilara a treinta personas y, llevándolas al paraje llamado Fátima, las hiciera dinamitar.

Como informaba el diario Pilar de Todos en agosto de 2004, "Según el parte policial las víctimas eran treinta personas -diez mujeres y veinte hombres- la mayoría jóvenes, incluso algunos adolescentes. Sólo cinco pudieron ser identificados en ese momento. Los cuerpos de las víctimas no identificadas fueron enterrados como NN en el Cementerio de Pte. Derqui, de donde fueron exhumados años más tarde para su identificación.

A partir de un notable trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense se pudieron identificar once víctimas más. Una de las primeras identificadas por los antropólogos fue Susana Pedrini de Bronzel, en cuya memoria se nombró una calle en el centro de Pilar, concretamente en la plazoleta que está a metros del tanque de agua." Susana era hija de nuestra compañera Aurora Morea.

En realidad, y siempre en palabras de este medio periodístico a los 28 años de la masacre, "Hasta el momento se pudo reconocer a Inés Nocetti, Ramón L. Vélez, Ángel O. Leiva, Alberto E. Comas y Conrado Alzogaray, Daniel Argente, José D. Bronzel, Susana Pedrini de Bronzel, Carmen Carnaghi, Haydée Cirullo de Carnaghi, Norma S. Fontini, Selma J. Ocampo y Horacio O. García Gastelú, y recientemente a Carlos Raúl Pargas, Ricardo José Herrera y Juan Carlos Vera."

El acto –siempre gozo y dolor en nuestros eventos- consistió en varias actividades: a las 15 en el paraje mismo, se inauguró una placa con los nombres de los compañeros masacrados; estaba enmarcada en un pequeño monumento. Habíamos escuchado poco antes las sentidas palabras del intendente de Pilar y de un concejal que desde largo tiempo atrás viene colaborando de corazón con estos actos y esta memoria. Hablaron también el ministro de Relaciones Exteriores Jorge Taiana –impresionante testimonio, pues casi formó parte del infortunado grupo de jóvenes masacrados- y el Secretario de Derechos Humanos de la Provincia de Buenos Aires, Eddy Binstock. Guiaban el acto nuestro querido Hugo Argente, de Familiares y hermano de Jorge, uno de los jóvenes que perdieron la vida, y Cristina, joven docente de Pilar y parte indispensable de toda esta movida por Verdad y Justicia. Estaban también Judith Said, Coordinadora General del Archivo Nacional de la Memoria y hermana de dos muchachos detenidos desaparecidos, y Gabriela Alegre, ya fuera de su cargo de Titular de la Unidad Ejecutora de Proyectos de Sitios de la Memoria de la Ciudad de Buenos Aires, hecho por el que hemos protestado hace muy poco. Andaban por ahí Miriam Medina, madre de Sebastián Bordón, el politólogo Franco Castiglione, y otros ex presos políticos, como nuestros amigos Patricio Rice y su mujer Fátima Cabrera.

Luego nos movimos hasta la entrada del paraje, donde se inauguraría un hermoso monumento. Lo había creado un herrero del lugar, quien conmovió con su sencilla explicación de por qué lo había hecho y cómo agradecía a sus colaboradores -quienes estaban por allí sin mostrarse, en medio del público-. El monumento era redondo, rodeado por pequeñas cruces de hierro al modo de valla en cuyo centro había un corazón con nombres tallados. Las cruces eran 30; los nombres escritos, 16; 14 cruces permanecen esperando los nombres de los compañeros masacrados cuya identidad aún permanece desconocida. En la parte más alta del monumento, un santo de yeso extiende sus brazos como acogiendo a los muchachos muertos, y a quienes visitamos el sitio. Nos llamó la atención el excelente emplazamiento del monumento, en perfecta armonía con el entorno.

A las 17 estuvimos en el patio de la Escuela 17, donde fue un placer escuchar a un excelente dúo de mujer y hombre docentes –voces y guitarras-, a un joven cantante impulsor de centros comunitarios y al conjunto de percusión de varios chicos miembros de uno de los centros: las letras estallaban de solidaridad y mención de hechos cercanos a nuestro corazón.

En el viaje de vuelta nos lanzamos a cantar viejos boleros, canciones de la militancia argentina y latinoamericana, y simples canciones populares sin sentido trascendente. Cantábamos el placer de estar juntos y juntas, de haber hecho memoria, de seguir la búsqueda de Justicia y Verdad para nuestros desaparecidos, de disfrutar la vida.